sábado, 29 de septiembre de 2007

Patrones de pensamiento sobre la comunicación

Los sofistas y Platón: pensamientos paralelos

Con los sofistas, el hombre y las cosas humanas pasaron al primer plano de la proble-mática filosófica. Eran humanistas; creían que el único saber que merece realmente tal nombre es el saber práctico, útil para el hombre.
A partir de sus críticas, los sofistas fundaron el subjetivismo o relativismo («la verdad de la cosa conocida es relativa al sujeto que la conoce»). Este relativismo subjetivista lo expresó perfectamente Protegerás (480- 410 a. de C.): «El hombre es la medida de todas las cosas».
Los Sofistas se interesaban en el poder de la palabra en el mundo humano. Reconocieron que el lenguaje, por su misma naturaleza, es impreciso, ambiguo y metafórico en sus descripciones del mundo; sin embargo, no trataron estas características como fallas que impiden el conocimiento de la realidad, más bien, celebraron la capacidad del lenguaje de crear posibilidades en el mundo. Creían que dos características del lenguaje confieren un gran poder; la capacidad de nombrar lo que no se ve y la de ocultar y revelar aspectos de la realidad (Marrou, 1998).

Platón, el filósofo griego adoptó un concepto de comunicación muy diferente al de los sofistas. Menospreció el aparente relativismo de los sofistas, cuyas enseñanzas eran consideradas un simple artificio, y no un verdadero arte, Platón sugirió –sin elaborar los detalles- una retórica basada en el verdadero conocimiento, y no en trucos argumenta-tivos. Un filósofo elocuente puede hablar de la verdad a sus interlocutores, expresando más que simples opiniones, de manera que ellos puedan captar intuitivamente la sabiduría divina.

Para los sofistas, el lenguaje era una poderosa fuerza que construía las posibilidades del mundo humano. Para Platón, en cambio, el lenguaje era un mal necesario, un medio de expresión imperfecto que sólo distorsionaba la realidad cada vez que se le utilizaba.



La tradición Aristotélica

Aristóteles, ofreció una postura alternativa al debate entre los sofistas y Platón, según la cual, la combinación de un cuidadoso análisis del mundo, con un razonamiento meticuloso apegado a las normas de la lógica, daría como resultado el verdadero conocimiento del mundo natural y un buen juicio en aquellos asuntos humanos en los que la certeza no fuera posible. Combinó la atención que prestaban los sofistas al mundo real de las cuestiones humanas, con la búsqueda de la certeza, aunque advirtió que sólo puede ser aproximada en los asuntos humanos.

La retórica de Aristóteles es un estudio basado en observaciones empíricas de las prácticas de los oradores y las respuestas de sus respectivos públicos, y fue diseñada para ayudar al orador a descubrir todos los medios de persuasión disponibles en determinada situación.

Esta obra presta especial atención a las percepciones generadas por el orador en el auditorio, destacando la credibilidad como una de las más importantes.
La retórica de Aristóteles influyó de manera fundamental en el estudio de la comunicación durante el imperio romano y en la historia del pensamiento occidental.

La tradición Cristiana

Cuando el cristianismo se convirtió en la religión oficial del imperio romano a principios del siglo IV de la era cristiana. El respaldo del emperador Constantino a la doctrina cristiana subordinó los escritos paganos de retórica a las escrituras cristianas.
Hacia finales del siglo IV, San Agustín concilió ambas posturas. Influido por los escritos de Platón, San Agustín describió a la doctrina cristiana como el conocimiento que no puede ser adquirido mediante la retórica, pero que puede presentarse a públicos específicos en una forma más efectiva mediante la retórica.


La Edad Media

En esta etapa histórica dominada por el pensamiento cristiano predominó la escolástica, que es aquella parte de la filosofía de la Edad Media europea que abarca desde la época del Imperio de Carlomagno (siglo VIII) hasta el Renacimiento (siglo XV). El nombre de escolástica proviene del hecho de que esta filosofía se elaboró en las instituciones eclesiásticas, especialmente las escuelas conventuales, catedralicias o palatinas, de las que surgieron las primeras universidades. En aquellas escuelas se enseñaron las siete artes medievales: el trivium (las llamadas materias literarias: dialéctica, gramática y retórica) y el quadrivium (las llamadas materias científicas: aritmética, astronomía, geometría y música). Sin embargo predominaban los estudios teológicos, ya que se consideraban superiores a estas siete artes liberales.



El resurgimiento humanista

A pesar del ensombrecimiento de las ciencias por las tradiciones medievales, el pensamiento sofista respecto a la comunicación se expresó en el resurgimiento del humanismo, el movimiento intelectual del siglo XV que tenía como propósito retomar el estudio de los textos griegos clásicos, elevar la dignidad del individuo mediante la cultura, y dominar las técnicas de la filología como medio de investigación.

Los humanistas italianos se esforzaron por renovar la noción de que el mundo no está lleno de hechos que deben ser descubiertos para luego hablar de ellos, sino que es un mundo que llega a ser en la medida en que es construido mediante el lenguaje. Los humanistas consideraron a la literatura y sus recursos, como las metáforas, la ironía y otras figuras retóricas, una forma de filosofar, ya que mediante ella es posible construir el significado sin perder las particularidades, ni la emoción de un evento.
Giambattista Vico, erudito del siglo XVIII cuya obra es frecuentemente considerada como la culminación del pensamiento humanista, sostenía que los esfuerzos por entender al mundo no se pueden separar de las formas de expresión de dicho conocimiento, puesto que los nombres o etiquetas que se asignen a una experiencia determinarán lo que dicha experiencia es.


La era científica

De la misma manera en que Platón y Aristóteles opacaron a los sofistas durante el siglo v a.C. la perspectiva de los humanistas italianos se vio oscurecida por el entusiasmo que generó el desarrollo de la ciencia moderna. Resulta irónico que la fascinación que los humanistas sentían por los clásicos y que los liberó del escolasticismo del periodo medieval, al mismo tiempo los hizo vulnerables a las críticas de los nuevos científicos, quienes exigían un análisis empírico del mundo material.

A principios del siglo XVII Francis Bacon ofreció la estructura para una “nueva ciencia” basada en el razonamiento inductivo y las observaciones empíricas. Sostenía que no se necesitaban alas para la imaginación, sino cadenas, y que el método científico permitía a sus contemporáneos ser muy superiores a los pensadores antiguos en relación con las ciencias físicas y las artes. Al miso tiempo, Galileo, en franca oposición a los humanistas, sostenía que las matemáticas, y no el griego ni el latín son el lenguaje del cosmos.
El creciente interés en la ciencia y el dominio continuo de las tradiciones aristotélicas y platónicas sofocaron las voces de los humanistas.



Los oradores

Los estudios científicos de la comunicación durante el siglo XVII iniciaron el movimiento de oradores, que se convirtió en la esencia del estudio de la comunicación en Estados Unidos a finales de 1800. Petrus Ramus, pensador del siglo XVI, quien se caracterizó por su gran desprecio y fuertes ataques al pensamiento unilateralmente lógico y racional de Aristóteles, redujo la retórica al simple terreno de la declamación y la pronunciación.
Francis Bacon, por su parte, sostenía que todo conocimiento era del dominio de la retórica, en consecuencia, sugirió que se aplicara a ésta, como él la conocía, refiriéndose a los gestos que utilizaban los oradores para embellecerla, como el método científico.
La Chirología de Bulwer, en 1644, fue la primera obra que se publicó de una larga e importante serie de estudios sobre la expresión física y no verbal de las ideas y las emociones (Pearce y Foss, 1990).


Los oradores que se nutrieron de esta literatura limitaron su interés a los movimientos corporales que aumentarían el impacto de la lectura oral de los discursos. Tomás Sheridan (1719-1788), un antiguo actor de Londres, encontró en los escritos de John Locke una base para el estudio de las palabras como signos de las ideas, y los tonos de voz como signos de las pasiones. La principal alternativa para la oratoria se encontró en la obra de Hugo Blair, George Campbell y Richard Whately 8todos ministros protestantes), que enfocaron sus estudios en la influencia de la iluminación centrada en la fe y la razón. Al fundamentar sus teorías en los mejores conceptos psicológicos disponibles, estos retóricos volvieron a capturar parte de la riqueza que se había perdido a causa de la reducción que hizo Ramus a una mera declamación, pero sin lograr la fuerza de la tradición de los oradores (Pearce y Foss, 1990).