sábado, 29 de septiembre de 2007

Corrientes de Investigación en la Comunicación

El surgimiento de la disciplina de la comunicación

A mediados del siglo xx, los teóricos de la nueva disciplina de la comunicación conside-raron necesario encontrar un modelo del proceso que fuese aceptado por consenso y pudiese organizar las investigaciones y al que se pudiera hacer referencia al explicar la disciplina a los principiantes y estudiantes. Su entusiasmo por este proyecto fue estimulado por los éxitos de las ciencias naturales, como la física y la química, en las que resaltaban los modelos del átomo, de las moléculas y de otros componentes fundamentales.

Uno de los modelos de comunicación más influyentes fue el que desarrolló el politólogo americano Harold Lasswell (1964); consistía en una serie de preguntas que, según el autor, todo buen investigador busca saber: ¿Quién? ¿Dice qué? ¿A quién? ¿En qué canal? y ¿Con qué efectos?.
Algunos de los principales supuestos que resultaron del esfuerzo por producir un modelo consensual se encuentran en la fórmula de Lasswell, quien define a la comunicación como el acto intencional de una persona de dirigir un mensaje a otra; el modelo sigue el movimiento de dicho mensaje del emisor al receptor.

La forma del modelo matemático de Claude Shannon y Warren Weaver (1949) hizo aún más explícita la estrategia de “seguir el mensaje” la figura muestra la manera en que las flechas rastrean el trayecto del mensaje de acuerdo con este modelo.

Al sumar un circuito de retroalimentación del destino a la fuente se creó el proceso cíclico que demuestra que las fuentes también pueden ser receptoras, y viceversa. Este modelo es análogo al de Lasswell, que sigue los mensajes de una fuente a otra.


En la década de 1960 se presentaron numerosos modelos y definiciones de la comunica-ción en una secuencia confusa y frustrante. Cada nuevo modelo partía de las fallas de su predecesor, y su sucesor mostraba a su vez sus ineficiencias.

El intento por entender la comunicación mediante la búsqueda de un modelo que la simplificara es consistente con una de las formas básicas del pensamiento occidental: el análisis. Analizar algo significa descomponerlo en sus partes, e identificar y describir los componentes más pequeños posibles de todo un complejo.

A pesar del indudable éxito del enfoque analítico en ciertas ciencias, los científicos sociales comenzaron a preguntarse si este era el mejor enfoque conceptual para la comunicación. Algunos sostenían que las ciencias biológicas ofrecían un mejor modelo, y el surgimiento de la teoría general de sistemas ofreció un vocabulario que conjuntaba la complejidad del proceso, en vez de fragmentar sus partes constitutivas. El valor de los modelos sistémicos ha sido más fácil de ver, que de incorporar en los programas de investigación. Sin embargo, casi toda la investigación actual considera que la comunicación es mucho más compleja de lo que indicaban los primeros modelos.



Un proceso primario más que secundario

De una manera que hace recordar a los sofistas, muchos científicos sociales sostienen que la comunicación no sólo es importante, sino básica. Por ejemplo, George Herbert Mead (1934) hizo del desarrollo y uso de símbolos significativos la piedra angular de su teoría del interaccionismo simbólico. El análisis dramático de la condición humana, de Kenneth Burke (1969), caracteriza a los seres humanos como animales que utilizan símbolos y sugiere que la identificación del orador con su público es una mejor manera de entender el drama humano que la vieja retórica persuasiva de Aristóteles. Meter Berger y Thomas Luckmann (1966) muestran que los “si mismos”, las intenciones y los objetos no existen para los seres humanos por sí, sino que logran su existencia a partir del proceso de la construcción social. Gaye Tuchman (1973) ha mostrado cómo este proceso funciona en los medios noticiosos, y Barnett Pearce y Vernon Cronen (1980) lo han descrito al exponer su análisis en torno al lenguaje cuando se produce cara a cara, de donde concluyeron que es un proceso primario y no secundario.



Acción más que un simple referente

La comunicación es el proceso social primario y, por consiguiente, crea el mundo en el que ocurre. Decir algo no es simplemente describirlo, sino hacer algo. Bronislaw Malinowski (1945) llegó a esta conclusión al intentar resolver el problema de interpretar la “magia” entre los melanesios. Más recientemente, J. L. Austin (1962) introdujo el concepto de actos del lenguaje para hablar del lenguaje como un proceso de acción. Una de las categorías de los actos del lenguaje es la de “realización”; es decir, los eventos u objetos llegan a ser si han sido dichos o, de acuerdo con esta categoría, “realizados”. Por ejemplo, cuando un ministro dice: “Los declaro marido y mujer”, no tiene sentido peguntar si lo dicho es cierto o falso; el ministro realiza el acto o no lo realiza.
Un proceso para alcanzar la coordinación, más que para producir efectos

Los romanos consideraban a Mercurio como el mensajero de los dioses y lo represen-taban con alas en los talones y portando una lanza. El pensamiento tradicional sobre la comunicación durante la primera mitad del siglo xx no difiere mucho de esta imagen de Mercurio; se consideraba como el movimiento físico de un mensaje de un lugar a otro, que luego era lanzado al público, o enterrado en él, de manera muy similar a lo que podría haber sucedido con la lanza de Mercurio.

Este concepto de la comunicación se conoce ahora como “teoría de la bala mágica” o modelo hipodérmico de la comunicación. El simbolismo en ambos nombres es aparente: Los medios de comunicación son una fuerza mortal o una droga peligrosa que penetra en el sistema de las personas directa e inmediatamente (Baran, 1999).

Uno de los primeros signos de que la teoría de la bala no describiría por completo el proceso de la Comunicación, surgió en 1960, con el texto de Joseph Klapper, Los efectos de la comunicación masiva. Este autor revisó la extensa literatura de investigación pro-ducida por quienes buscaban determinar que efecto tendrían los mensajes de tipo bala, y concluyó que los mensajes mediados por la masa en la mayoría de los casos no tienen ningún efecto, y que, en caso de tenerlo, generalmente es para reforzar actitudes y conductas ya existentes, más que para modificarlas. Cuando este tipo de mensajes producen un cambio de actitud o de conducta en un individuo, se debe a que otras condiciones ya lo han impulsado hacia ese cambio (Baran, 1999; Lowery y DeFleur, 1995).

Los ejecutivos de los medios de comunicación aceptaron felices estas conclusiones, ya que los exoneraba de las acusaciones que tenían por corromper a la juventud, contaminar la cultura y desperdiciar el poder de los medios al trasmitir espectáculos con juegos lucrativos y comedias situacionales. Aunque hubo quienes pensaron que Klapper llegó a esas conclusiones porque formuló las peguntas equivocadas ya que en vez de enfocarse en los efectos que puede lograr una persona en las actitudes y conductas de otras al dirigirles mensajes, los investigadores deben cuestionarse cómo la gente coordina sus conductas entre sí para producir patrones en los que pudiese haber varios efectos.

Algunos teóricos de la comunicación se cuestionan sobre la manera en que se relacionan las conductas de los productores del mensaje con las de los receptores del mismo y concluyen que todos los mensajes surgen de limitaciones no reconocidas y llevan a consecuencias no anticipadas.

Desde esta perspectiva, la comunicación masiva puede verse como el conjunto de medios para producir patrones culturales creados por estrellas de cine, programas de televisión, y lenguajes populares. Estos patrones, a su vez,, son consecuencia de las estructuras sociales, políticas y económicas en la que funcionan los medios (Pearce y Foss, 1990).

Otro grupo de teóricos se centra en el análisis de la conducta intencional del público en la selección e interpretación de los mensajes producidos por otros. Las personas no son receptores pasivos de información, sino usuarios intencionales de los medios de comunicación, de manera que gratifican sus necesidades particulares de diversas formas.

Un acto de comunicación tan limitado como un insulto o un cumplido se logra mediante la actividad coordinada de dos o más personas. Actos de mayor complejidad, como cenar con amigos o elegir un presidente, implican una coordinación en una escala más amplia. El énfasis en la coordinación muestra que los mensajes no tienen significado en si mismos, sino que derivan sus significados del contexto social en el que se emiten y de sus propias respuestas.



Un proceso de narración de historias,
más que de lograr la comprensión

Comprenderse uno al otro implica una comparación entre lo que tiene una persona en “su cabeza” con lo que tiene otra “en la suya”. Los intentos por determinar científicamente el concepto de la comprensión no han tenido éxito; el hecho de que ocurra o no, continúa siendo una evaluación subjetiva. Los investigadores comenzaron a sospechar que estaban conceptualizando el proceso de la comunicación en forma equivocada en sus esfuerzos por entender los procesos involucrados en el acto de compartir significados.

Una propuesta que empezó a distanciarse de un enfoque estricto respecto a la compren-sión fue el modelo de coorientación, de Jack McLeod y Stephen Café (1973), el cual muestra la medida en la que dos personas o grupos comparten la misma orientación hacia los eventos y objetos de su medio ambiente. El modelo tenía como objetivo definir tres relaciones: el acuerdo, la congruencia y la precisión.
El acuerdo se refiere a la medida en que la orientación de dos personas hacia un objeto es la misma; la congruencia a la manera en la que ellas creen estar de acuerdo, y la precisión describe en que medida la manera en que perciben la orientación de los otros se equipara realmente con dicha orientación. El modelo de coorientación representó un concepto más sofisticado de comunicación al definir como objeto de interés las relaciones entre las orientaciones, más que las actitudes o conductas.

Otra línea de investigación encontró que no es necesario comprender o precisar las cuestiones para lograr una buena coordinación o coherencia. Algunas personas pelean debido a algún malentendido, y otras porque se entienden demasiado bien. A pesar del valor que tiene la comprensión, el proceso que puede tener mayor fuerza es contar una historia que permita a cada individuo comprenderse a si mismo, al mundo que le rodea, y a las demás personas en forma coherente. Los seres humanos –según Walter Fisher (1987)- somos animales cuentistas o cuentahistorias, seres que experimentamos y comprendemos la vida como una serie de narrativas compuestas de conflictos, personajes, inicios, tramas y finales. Por esto –argumenta Fisher- todas las formas de comunicación humana deben ser analizadas fundamentalmente como historias (Griffin, 2000).


Un proceso que da lugar al misterio

Los teóricos de la comunicación han actuado de acuerdo con los principios de Aristóteles de seguir los modelos lógicos de persuasión y de la fe en la iluminación de la racionalidad y han asumido que la claridad y la precisión son los fines que persigue la comunicación. Si el mundo consiste en eventos y objetos no afectados por la comunicación, y la función de ésta es describir o trasmitir significados de un lugar a otro en ese mundo, resulta que la claridad y la precisión son los criterios apropiados para realizarla.
En este sentido, la claridad y la precisión como criterios para evaluar la comunicación han sido cuestionadas. Una respetuosa tolerancia en torno al concepto de la comunicación como un complejo proceso primario en el que se construyen los eventos y los objetos al servicio de la coherencia y la coordinación, es el resultado de la comunicación misma y de lo que esta hace. Los eventos y objetos del mundo son percibidos como abiertos. Los eventos y objetos no están provistos con sus propias interpretaciones, y no significan nada hasta no ser interpretados. Asimismo, la interpretación es un acto realizado por quien interpreta, no un atributo del evento o del objeto en si mismo; por tanto, existe un número infinito de interpretaciones y no hay un criterio específico mediante el cual pueda demostrase que una interpretación es la correcta.
Tómese como ejemplo el caso de un padre que sermonea al hijo para que haga la tarea. El padre dice que lo regaña persistentemente porque el hijo no le hace caso; el hijo dice que no le hace caso porque el padre lo regaña. Ambos están de acuerdo en los hechos, pero no están de acuerdo en qué sucede primero y qué sucede después. Entonces, ¿quién tiene la razón?,. La cuestión depende de un concepto llamado puntualización, el cual se refiere a las distintas percepciones que tienen los comunicadores sobre como se deben dividir u ordenar sus episodios interactivos. Los hechos de la vida pueden integrarse en formas diversas y cada uno es un acto legítimo de interpretación.

Así la revisión histórica de la comunicación muestra que la evolución del concepto ha sido dramática, sobre todo en los últimos 35 años, y ha pasado de tener un eje central en la fuente y el mensaje a considerar más al receptor y los significados; de ser unidireccional a ser circular o espiral; de ser estática a orientarse en el proceso; de tener un énfasis exclusivo en la trasmisión de información a un énfasis en la interpretación y las relaciones; de un marco conceptual de la oratoria a uno que considera los diferentes contextos, como el individual, el relacional, el grupal, el organizacional, el intercultural, el de los medios y los nuevos tecnológicos y el social.

Por consiguiente la comunicación es el proceso interpretativo a través del cual los individuos –en sus relaciones, grupos, organizaciones y sociedades- responden y crean mensajes que les permiten adaptarse a su entorno y a las personas que los rodean.