sábado, 29 de septiembre de 2007

Corrientes de Investigación en la Comunicación

El surgimiento de la disciplina de la comunicación

A mediados del siglo xx, los teóricos de la nueva disciplina de la comunicación conside-raron necesario encontrar un modelo del proceso que fuese aceptado por consenso y pudiese organizar las investigaciones y al que se pudiera hacer referencia al explicar la disciplina a los principiantes y estudiantes. Su entusiasmo por este proyecto fue estimulado por los éxitos de las ciencias naturales, como la física y la química, en las que resaltaban los modelos del átomo, de las moléculas y de otros componentes fundamentales.

Uno de los modelos de comunicación más influyentes fue el que desarrolló el politólogo americano Harold Lasswell (1964); consistía en una serie de preguntas que, según el autor, todo buen investigador busca saber: ¿Quién? ¿Dice qué? ¿A quién? ¿En qué canal? y ¿Con qué efectos?.
Algunos de los principales supuestos que resultaron del esfuerzo por producir un modelo consensual se encuentran en la fórmula de Lasswell, quien define a la comunicación como el acto intencional de una persona de dirigir un mensaje a otra; el modelo sigue el movimiento de dicho mensaje del emisor al receptor.

La forma del modelo matemático de Claude Shannon y Warren Weaver (1949) hizo aún más explícita la estrategia de “seguir el mensaje” la figura muestra la manera en que las flechas rastrean el trayecto del mensaje de acuerdo con este modelo.

Al sumar un circuito de retroalimentación del destino a la fuente se creó el proceso cíclico que demuestra que las fuentes también pueden ser receptoras, y viceversa. Este modelo es análogo al de Lasswell, que sigue los mensajes de una fuente a otra.


En la década de 1960 se presentaron numerosos modelos y definiciones de la comunica-ción en una secuencia confusa y frustrante. Cada nuevo modelo partía de las fallas de su predecesor, y su sucesor mostraba a su vez sus ineficiencias.

El intento por entender la comunicación mediante la búsqueda de un modelo que la simplificara es consistente con una de las formas básicas del pensamiento occidental: el análisis. Analizar algo significa descomponerlo en sus partes, e identificar y describir los componentes más pequeños posibles de todo un complejo.

A pesar del indudable éxito del enfoque analítico en ciertas ciencias, los científicos sociales comenzaron a preguntarse si este era el mejor enfoque conceptual para la comunicación. Algunos sostenían que las ciencias biológicas ofrecían un mejor modelo, y el surgimiento de la teoría general de sistemas ofreció un vocabulario que conjuntaba la complejidad del proceso, en vez de fragmentar sus partes constitutivas. El valor de los modelos sistémicos ha sido más fácil de ver, que de incorporar en los programas de investigación. Sin embargo, casi toda la investigación actual considera que la comunicación es mucho más compleja de lo que indicaban los primeros modelos.



Un proceso primario más que secundario

De una manera que hace recordar a los sofistas, muchos científicos sociales sostienen que la comunicación no sólo es importante, sino básica. Por ejemplo, George Herbert Mead (1934) hizo del desarrollo y uso de símbolos significativos la piedra angular de su teoría del interaccionismo simbólico. El análisis dramático de la condición humana, de Kenneth Burke (1969), caracteriza a los seres humanos como animales que utilizan símbolos y sugiere que la identificación del orador con su público es una mejor manera de entender el drama humano que la vieja retórica persuasiva de Aristóteles. Meter Berger y Thomas Luckmann (1966) muestran que los “si mismos”, las intenciones y los objetos no existen para los seres humanos por sí, sino que logran su existencia a partir del proceso de la construcción social. Gaye Tuchman (1973) ha mostrado cómo este proceso funciona en los medios noticiosos, y Barnett Pearce y Vernon Cronen (1980) lo han descrito al exponer su análisis en torno al lenguaje cuando se produce cara a cara, de donde concluyeron que es un proceso primario y no secundario.



Acción más que un simple referente

La comunicación es el proceso social primario y, por consiguiente, crea el mundo en el que ocurre. Decir algo no es simplemente describirlo, sino hacer algo. Bronislaw Malinowski (1945) llegó a esta conclusión al intentar resolver el problema de interpretar la “magia” entre los melanesios. Más recientemente, J. L. Austin (1962) introdujo el concepto de actos del lenguaje para hablar del lenguaje como un proceso de acción. Una de las categorías de los actos del lenguaje es la de “realización”; es decir, los eventos u objetos llegan a ser si han sido dichos o, de acuerdo con esta categoría, “realizados”. Por ejemplo, cuando un ministro dice: “Los declaro marido y mujer”, no tiene sentido peguntar si lo dicho es cierto o falso; el ministro realiza el acto o no lo realiza.
Un proceso para alcanzar la coordinación, más que para producir efectos

Los romanos consideraban a Mercurio como el mensajero de los dioses y lo represen-taban con alas en los talones y portando una lanza. El pensamiento tradicional sobre la comunicación durante la primera mitad del siglo xx no difiere mucho de esta imagen de Mercurio; se consideraba como el movimiento físico de un mensaje de un lugar a otro, que luego era lanzado al público, o enterrado en él, de manera muy similar a lo que podría haber sucedido con la lanza de Mercurio.

Este concepto de la comunicación se conoce ahora como “teoría de la bala mágica” o modelo hipodérmico de la comunicación. El simbolismo en ambos nombres es aparente: Los medios de comunicación son una fuerza mortal o una droga peligrosa que penetra en el sistema de las personas directa e inmediatamente (Baran, 1999).

Uno de los primeros signos de que la teoría de la bala no describiría por completo el proceso de la Comunicación, surgió en 1960, con el texto de Joseph Klapper, Los efectos de la comunicación masiva. Este autor revisó la extensa literatura de investigación pro-ducida por quienes buscaban determinar que efecto tendrían los mensajes de tipo bala, y concluyó que los mensajes mediados por la masa en la mayoría de los casos no tienen ningún efecto, y que, en caso de tenerlo, generalmente es para reforzar actitudes y conductas ya existentes, más que para modificarlas. Cuando este tipo de mensajes producen un cambio de actitud o de conducta en un individuo, se debe a que otras condiciones ya lo han impulsado hacia ese cambio (Baran, 1999; Lowery y DeFleur, 1995).

Los ejecutivos de los medios de comunicación aceptaron felices estas conclusiones, ya que los exoneraba de las acusaciones que tenían por corromper a la juventud, contaminar la cultura y desperdiciar el poder de los medios al trasmitir espectáculos con juegos lucrativos y comedias situacionales. Aunque hubo quienes pensaron que Klapper llegó a esas conclusiones porque formuló las peguntas equivocadas ya que en vez de enfocarse en los efectos que puede lograr una persona en las actitudes y conductas de otras al dirigirles mensajes, los investigadores deben cuestionarse cómo la gente coordina sus conductas entre sí para producir patrones en los que pudiese haber varios efectos.

Algunos teóricos de la comunicación se cuestionan sobre la manera en que se relacionan las conductas de los productores del mensaje con las de los receptores del mismo y concluyen que todos los mensajes surgen de limitaciones no reconocidas y llevan a consecuencias no anticipadas.

Desde esta perspectiva, la comunicación masiva puede verse como el conjunto de medios para producir patrones culturales creados por estrellas de cine, programas de televisión, y lenguajes populares. Estos patrones, a su vez,, son consecuencia de las estructuras sociales, políticas y económicas en la que funcionan los medios (Pearce y Foss, 1990).

Otro grupo de teóricos se centra en el análisis de la conducta intencional del público en la selección e interpretación de los mensajes producidos por otros. Las personas no son receptores pasivos de información, sino usuarios intencionales de los medios de comunicación, de manera que gratifican sus necesidades particulares de diversas formas.

Un acto de comunicación tan limitado como un insulto o un cumplido se logra mediante la actividad coordinada de dos o más personas. Actos de mayor complejidad, como cenar con amigos o elegir un presidente, implican una coordinación en una escala más amplia. El énfasis en la coordinación muestra que los mensajes no tienen significado en si mismos, sino que derivan sus significados del contexto social en el que se emiten y de sus propias respuestas.



Un proceso de narración de historias,
más que de lograr la comprensión

Comprenderse uno al otro implica una comparación entre lo que tiene una persona en “su cabeza” con lo que tiene otra “en la suya”. Los intentos por determinar científicamente el concepto de la comprensión no han tenido éxito; el hecho de que ocurra o no, continúa siendo una evaluación subjetiva. Los investigadores comenzaron a sospechar que estaban conceptualizando el proceso de la comunicación en forma equivocada en sus esfuerzos por entender los procesos involucrados en el acto de compartir significados.

Una propuesta que empezó a distanciarse de un enfoque estricto respecto a la compren-sión fue el modelo de coorientación, de Jack McLeod y Stephen Café (1973), el cual muestra la medida en la que dos personas o grupos comparten la misma orientación hacia los eventos y objetos de su medio ambiente. El modelo tenía como objetivo definir tres relaciones: el acuerdo, la congruencia y la precisión.
El acuerdo se refiere a la medida en que la orientación de dos personas hacia un objeto es la misma; la congruencia a la manera en la que ellas creen estar de acuerdo, y la precisión describe en que medida la manera en que perciben la orientación de los otros se equipara realmente con dicha orientación. El modelo de coorientación representó un concepto más sofisticado de comunicación al definir como objeto de interés las relaciones entre las orientaciones, más que las actitudes o conductas.

Otra línea de investigación encontró que no es necesario comprender o precisar las cuestiones para lograr una buena coordinación o coherencia. Algunas personas pelean debido a algún malentendido, y otras porque se entienden demasiado bien. A pesar del valor que tiene la comprensión, el proceso que puede tener mayor fuerza es contar una historia que permita a cada individuo comprenderse a si mismo, al mundo que le rodea, y a las demás personas en forma coherente. Los seres humanos –según Walter Fisher (1987)- somos animales cuentistas o cuentahistorias, seres que experimentamos y comprendemos la vida como una serie de narrativas compuestas de conflictos, personajes, inicios, tramas y finales. Por esto –argumenta Fisher- todas las formas de comunicación humana deben ser analizadas fundamentalmente como historias (Griffin, 2000).


Un proceso que da lugar al misterio

Los teóricos de la comunicación han actuado de acuerdo con los principios de Aristóteles de seguir los modelos lógicos de persuasión y de la fe en la iluminación de la racionalidad y han asumido que la claridad y la precisión son los fines que persigue la comunicación. Si el mundo consiste en eventos y objetos no afectados por la comunicación, y la función de ésta es describir o trasmitir significados de un lugar a otro en ese mundo, resulta que la claridad y la precisión son los criterios apropiados para realizarla.
En este sentido, la claridad y la precisión como criterios para evaluar la comunicación han sido cuestionadas. Una respetuosa tolerancia en torno al concepto de la comunicación como un complejo proceso primario en el que se construyen los eventos y los objetos al servicio de la coherencia y la coordinación, es el resultado de la comunicación misma y de lo que esta hace. Los eventos y objetos del mundo son percibidos como abiertos. Los eventos y objetos no están provistos con sus propias interpretaciones, y no significan nada hasta no ser interpretados. Asimismo, la interpretación es un acto realizado por quien interpreta, no un atributo del evento o del objeto en si mismo; por tanto, existe un número infinito de interpretaciones y no hay un criterio específico mediante el cual pueda demostrase que una interpretación es la correcta.
Tómese como ejemplo el caso de un padre que sermonea al hijo para que haga la tarea. El padre dice que lo regaña persistentemente porque el hijo no le hace caso; el hijo dice que no le hace caso porque el padre lo regaña. Ambos están de acuerdo en los hechos, pero no están de acuerdo en qué sucede primero y qué sucede después. Entonces, ¿quién tiene la razón?,. La cuestión depende de un concepto llamado puntualización, el cual se refiere a las distintas percepciones que tienen los comunicadores sobre como se deben dividir u ordenar sus episodios interactivos. Los hechos de la vida pueden integrarse en formas diversas y cada uno es un acto legítimo de interpretación.

Así la revisión histórica de la comunicación muestra que la evolución del concepto ha sido dramática, sobre todo en los últimos 35 años, y ha pasado de tener un eje central en la fuente y el mensaje a considerar más al receptor y los significados; de ser unidireccional a ser circular o espiral; de ser estática a orientarse en el proceso; de tener un énfasis exclusivo en la trasmisión de información a un énfasis en la interpretación y las relaciones; de un marco conceptual de la oratoria a uno que considera los diferentes contextos, como el individual, el relacional, el grupal, el organizacional, el intercultural, el de los medios y los nuevos tecnológicos y el social.

Por consiguiente la comunicación es el proceso interpretativo a través del cual los individuos –en sus relaciones, grupos, organizaciones y sociedades- responden y crean mensajes que les permiten adaptarse a su entorno y a las personas que los rodean.

Desarrollo de la Disciplina en el siglo XX

El estudio de la comunicación ha pasado por tres fases importantes durante este siglo: la primera se centró en el análisis de la profesión de la oratoria, la segunda en el desarrollo del campo de la comunicación y la tercera en el surgimiento de la disciplina de la comunicación.

El restablecimiento de la profesión de la oratoria

El desarrollo de la escuela de oratoria del oeste medio de Estados Unidos (Midwestern School) y de la escuela de oratoria de Cornell, marca el inicio del estudio contemporáneo de la comunicación.

La polémica entre las escuelas Midwestern y Cornell centralizó el estudio de la comunicación durante la primera mitad del siglo XX . En general, la primera sostenía que no se habían realizado suficientes investigaciones científicas sobre comunicación, y que la aplicación de métodos científicos más rigurosos en su estudio produciría un cuerpo de conocimientos para lograr que un discurso fuera efectiva, además afirmaba, era inútil el estudio de discursos históricos y de teoría sobre la retórica. Los miembros de la escuela Cornell, por el contrario, argumentaban que la investigación científica era inherentemente inútil para guiar el buen juicio en el ejercicio de la retórica, y que la investigación científica trivializaba las demandas impuestas impuestas al orador; por consiguiente, sugería que el buen juicio sustituyera el conocimiento de fórmulas simples y se profundizara en la comprensión humanista de la oratoria, ya que sólo esto daría elementos a los estudiantes para responder creativa y elocuentemente ante aquellas situaciones en las que tuvieran que tomar la palabra.

Este debate sobre la oratoria y el discurso jamás fue resuelto. Más bien fue complicado aún más por profesionales de la comunicación con ideas diferentes a las de estas escuelas.


El desarrollo del campo de la comunicación

El tema de la comunicación después de la Segunda guerra Mundial surgió en un campo autónomo, pero desintegrado, cuyas subespecialidades principales, la teoría de la comu-nicación y la comunicación masiva, captaron la atención de grupos intelectuales. Estos grupos se alimentaron más de periodistas, científicos, políticos, sociólogos y teóricos de la información, que de maestros de oratoria.
Muchos teóricos e investigadores en comunicación masiva tenían su propia sede disciplinaria, otros establecieron centros interdisciplinarios de investigación en la materia. Wilbur Schramm (1964:511) caracterizó a la comunicación en esta época como un “campo, no una disciplina”, llamándola una “gran encrucijada por la que muchos pasan, pero pocos se quedan”.


El surgimiento de la disciplina de la comunicación

La multiplicación de los debates e investigaciones en torno a la comunicación sacó a la retórica y la palabra del estancamiento y abrió el camino a nuevos discernimientos y perspectivas sobre el tema. También intensificó el compromiso con la investigación y la enseñanza en este campo al sumar a lo anterior la preocupación por los efectos de los procesos de la comunicación. Finalmente, la unión de la profesión de la oratoria y el campo del lenguaje produjo la disciplina de la comunicación, caracterizada por teorías y métodos de investigación propios. Esta nueva disciplina equilibraba en cierta forma a la retórica con la palabra, aunque tenía más afinidad con los principios de la investigación científica y la orientación hacia los efectos de los discursos de la escuela Midwestern que con las exigencias y estrategias de los oradores.



Disciplina de la comunicación

Esta ciencia surgió de la unión de la profesión de la oratoria y el campo del lenguaje, armonizó también la retórica con la palabra, lo cual intensificó la investigación y dio pauta para que desarrollara sus propios métodos de investigación.
Esto no significa que la tradición retórica en la disciplina haya muerto o haya dejado de ser importante. Por el contrario, en la actualidad existe mayor convergencia que en el pasado entre el enfoque humanista y el científico, ya que, tanto los científicos sociales como los retóricos exploran temas como el proceso de indagar la “retórica” de la ciencia y la naturaleza del conocimiento. De hecho, la unión entre la ciencia social y las posturas humanistas está produciendo avances interesantes en el estudio de la comunicación.

Patrones de pensamiento sobre la comunicación

Los sofistas y Platón: pensamientos paralelos

Con los sofistas, el hombre y las cosas humanas pasaron al primer plano de la proble-mática filosófica. Eran humanistas; creían que el único saber que merece realmente tal nombre es el saber práctico, útil para el hombre.
A partir de sus críticas, los sofistas fundaron el subjetivismo o relativismo («la verdad de la cosa conocida es relativa al sujeto que la conoce»). Este relativismo subjetivista lo expresó perfectamente Protegerás (480- 410 a. de C.): «El hombre es la medida de todas las cosas».
Los Sofistas se interesaban en el poder de la palabra en el mundo humano. Reconocieron que el lenguaje, por su misma naturaleza, es impreciso, ambiguo y metafórico en sus descripciones del mundo; sin embargo, no trataron estas características como fallas que impiden el conocimiento de la realidad, más bien, celebraron la capacidad del lenguaje de crear posibilidades en el mundo. Creían que dos características del lenguaje confieren un gran poder; la capacidad de nombrar lo que no se ve y la de ocultar y revelar aspectos de la realidad (Marrou, 1998).

Platón, el filósofo griego adoptó un concepto de comunicación muy diferente al de los sofistas. Menospreció el aparente relativismo de los sofistas, cuyas enseñanzas eran consideradas un simple artificio, y no un verdadero arte, Platón sugirió –sin elaborar los detalles- una retórica basada en el verdadero conocimiento, y no en trucos argumenta-tivos. Un filósofo elocuente puede hablar de la verdad a sus interlocutores, expresando más que simples opiniones, de manera que ellos puedan captar intuitivamente la sabiduría divina.

Para los sofistas, el lenguaje era una poderosa fuerza que construía las posibilidades del mundo humano. Para Platón, en cambio, el lenguaje era un mal necesario, un medio de expresión imperfecto que sólo distorsionaba la realidad cada vez que se le utilizaba.



La tradición Aristotélica

Aristóteles, ofreció una postura alternativa al debate entre los sofistas y Platón, según la cual, la combinación de un cuidadoso análisis del mundo, con un razonamiento meticuloso apegado a las normas de la lógica, daría como resultado el verdadero conocimiento del mundo natural y un buen juicio en aquellos asuntos humanos en los que la certeza no fuera posible. Combinó la atención que prestaban los sofistas al mundo real de las cuestiones humanas, con la búsqueda de la certeza, aunque advirtió que sólo puede ser aproximada en los asuntos humanos.

La retórica de Aristóteles es un estudio basado en observaciones empíricas de las prácticas de los oradores y las respuestas de sus respectivos públicos, y fue diseñada para ayudar al orador a descubrir todos los medios de persuasión disponibles en determinada situación.

Esta obra presta especial atención a las percepciones generadas por el orador en el auditorio, destacando la credibilidad como una de las más importantes.
La retórica de Aristóteles influyó de manera fundamental en el estudio de la comunicación durante el imperio romano y en la historia del pensamiento occidental.

La tradición Cristiana

Cuando el cristianismo se convirtió en la religión oficial del imperio romano a principios del siglo IV de la era cristiana. El respaldo del emperador Constantino a la doctrina cristiana subordinó los escritos paganos de retórica a las escrituras cristianas.
Hacia finales del siglo IV, San Agustín concilió ambas posturas. Influido por los escritos de Platón, San Agustín describió a la doctrina cristiana como el conocimiento que no puede ser adquirido mediante la retórica, pero que puede presentarse a públicos específicos en una forma más efectiva mediante la retórica.


La Edad Media

En esta etapa histórica dominada por el pensamiento cristiano predominó la escolástica, que es aquella parte de la filosofía de la Edad Media europea que abarca desde la época del Imperio de Carlomagno (siglo VIII) hasta el Renacimiento (siglo XV). El nombre de escolástica proviene del hecho de que esta filosofía se elaboró en las instituciones eclesiásticas, especialmente las escuelas conventuales, catedralicias o palatinas, de las que surgieron las primeras universidades. En aquellas escuelas se enseñaron las siete artes medievales: el trivium (las llamadas materias literarias: dialéctica, gramática y retórica) y el quadrivium (las llamadas materias científicas: aritmética, astronomía, geometría y música). Sin embargo predominaban los estudios teológicos, ya que se consideraban superiores a estas siete artes liberales.



El resurgimiento humanista

A pesar del ensombrecimiento de las ciencias por las tradiciones medievales, el pensamiento sofista respecto a la comunicación se expresó en el resurgimiento del humanismo, el movimiento intelectual del siglo XV que tenía como propósito retomar el estudio de los textos griegos clásicos, elevar la dignidad del individuo mediante la cultura, y dominar las técnicas de la filología como medio de investigación.

Los humanistas italianos se esforzaron por renovar la noción de que el mundo no está lleno de hechos que deben ser descubiertos para luego hablar de ellos, sino que es un mundo que llega a ser en la medida en que es construido mediante el lenguaje. Los humanistas consideraron a la literatura y sus recursos, como las metáforas, la ironía y otras figuras retóricas, una forma de filosofar, ya que mediante ella es posible construir el significado sin perder las particularidades, ni la emoción de un evento.
Giambattista Vico, erudito del siglo XVIII cuya obra es frecuentemente considerada como la culminación del pensamiento humanista, sostenía que los esfuerzos por entender al mundo no se pueden separar de las formas de expresión de dicho conocimiento, puesto que los nombres o etiquetas que se asignen a una experiencia determinarán lo que dicha experiencia es.


La era científica

De la misma manera en que Platón y Aristóteles opacaron a los sofistas durante el siglo v a.C. la perspectiva de los humanistas italianos se vio oscurecida por el entusiasmo que generó el desarrollo de la ciencia moderna. Resulta irónico que la fascinación que los humanistas sentían por los clásicos y que los liberó del escolasticismo del periodo medieval, al mismo tiempo los hizo vulnerables a las críticas de los nuevos científicos, quienes exigían un análisis empírico del mundo material.

A principios del siglo XVII Francis Bacon ofreció la estructura para una “nueva ciencia” basada en el razonamiento inductivo y las observaciones empíricas. Sostenía que no se necesitaban alas para la imaginación, sino cadenas, y que el método científico permitía a sus contemporáneos ser muy superiores a los pensadores antiguos en relación con las ciencias físicas y las artes. Al miso tiempo, Galileo, en franca oposición a los humanistas, sostenía que las matemáticas, y no el griego ni el latín son el lenguaje del cosmos.
El creciente interés en la ciencia y el dominio continuo de las tradiciones aristotélicas y platónicas sofocaron las voces de los humanistas.



Los oradores

Los estudios científicos de la comunicación durante el siglo XVII iniciaron el movimiento de oradores, que se convirtió en la esencia del estudio de la comunicación en Estados Unidos a finales de 1800. Petrus Ramus, pensador del siglo XVI, quien se caracterizó por su gran desprecio y fuertes ataques al pensamiento unilateralmente lógico y racional de Aristóteles, redujo la retórica al simple terreno de la declamación y la pronunciación.
Francis Bacon, por su parte, sostenía que todo conocimiento era del dominio de la retórica, en consecuencia, sugirió que se aplicara a ésta, como él la conocía, refiriéndose a los gestos que utilizaban los oradores para embellecerla, como el método científico.
La Chirología de Bulwer, en 1644, fue la primera obra que se publicó de una larga e importante serie de estudios sobre la expresión física y no verbal de las ideas y las emociones (Pearce y Foss, 1990).


Los oradores que se nutrieron de esta literatura limitaron su interés a los movimientos corporales que aumentarían el impacto de la lectura oral de los discursos. Tomás Sheridan (1719-1788), un antiguo actor de Londres, encontró en los escritos de John Locke una base para el estudio de las palabras como signos de las ideas, y los tonos de voz como signos de las pasiones. La principal alternativa para la oratoria se encontró en la obra de Hugo Blair, George Campbell y Richard Whately 8todos ministros protestantes), que enfocaron sus estudios en la influencia de la iluminación centrada en la fe y la razón. Al fundamentar sus teorías en los mejores conceptos psicológicos disponibles, estos retóricos volvieron a capturar parte de la riqueza que se había perdido a causa de la reducción que hizo Ramus a una mera declamación, pero sin lograr la fuerza de la tradición de los oradores (Pearce y Foss, 1990).

El Desarrollo histórico de la comunicación como ciencia

Existe la creencia de que el estudio de esta disciplina empezó a partir de la década de 1940, y que todo el conocimiento anterior debe ser considerado precientífico.

Esta afirmación es incorrecta, ya que La retórica de Aristóteles, escrita aproximadamente hace 2300 años, es la primera obra sobre el estudio empírico de la comunicación (Griffin, 2000).Esta referencia histórica nos permite afirmar que el estudio científico de la comunicación es muy antiguo.